El consumo precoz de gluten durante los primeros meses de vida condiciona el desarrollo de la celiaquia. También influye la cantidad de gluten que ingiere el pequeño. La mejor opción es incorporar el gluten de manera escalonada a partir de los 4 meses, mientras el niño todavía toma el pecho.
El gluten es la proteína del trigo (gliadina que ofrece viscosidad y glutenina que da elasticidad), de la avena (hordeïna) o del centeno (secalina). Todas son proteínas muy ricas en prolina y glutamina, y por eso se denominan prolamines.
El gluten está presente en el pan, la pasta italiana, la bollería, los rebozados, las pizzas, las galletas, la alimentación infantil de continuación, los embutidos, las salsas, etc.
Muchos padres se preguntan cuando es el mejor momento para introducir en la alimentación de su hijo las fórmulas infantiles de continuación basadas en harinas. El momento ideal es a partir de los 4-6 meses de vida, cuando se irán introduciendo pequeñas cantidades de gluten de manera progresiva hasta los nuevo meses, momento en que ya se le puede ofrecer con libertad total.
Durante todo el proceso se tiene que mantener la lactancia materna, que es un factor indispensable para conseguir la tolerancia oral. Así lo recomiendan la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la ESPGHAN (European Societies for Paediatric Gastroenterology, Hepatology and Nutrition). Las dos organizaciones aconsejan dar el pecho mientras se introduce el gluten en las fórmulas infantiles, harinas, bastones, galletas… para modular el sistema inmunitario y prevenir una reacción autoinmune.
De hecho, ahora sabemos que la tradicional creencia que “basta con dar el pecho durante seis meses” es mentira y ha pasado a la historia, puesto que son necesarios más meses de lactancia materna para ayudar a prevenir ciertas enfermedades en la edad adulta, como la diabetes, la depresión, las alteraciones tiroideas o la obesidad.
En relación con la introducción del gluten en la dieta de los niños, estudios recientes han demostrado que es muy importante hacerlo en el momento adecuado
para evitar consecuencias negativas.
Si no se tomó lactancia materna y en la edad adulta se tiene fatiga, fibromiàlgia, ansiedad, depresión crónica, estreñimiento, diarreas o, en el caso de las mujeres, dolores menstruales, es posible que todo esté originado por un solo problema: la intolerancia al gluten. En este caso, hay que ponerse en manos de un profesional cualificado que hará un análisis de sangre para valorar la predisposición genética y los anticuerpos relacionados con intolerancia al gluten.